Inventos que salvan vidas: los antibióticos

Foto cortesia de www.pixabay.com

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Antes de la invención de los antibióticos no existía ninguna fórmula farmacéutica capaz de prevenir infecciones y contener las reacciones drásticas del cuerpo ante heridas o golpes de poca magnitud. Miles de personas morían anualmente por infecciones que se iniciaban en cortaduras consideradas inofensivas. Esta situación se mantuvo hasta que los antibióticos llegaron para salvar vidas.

Según un artículo publicado en la página web de la FAO, es muy difícil establecer el origen preciso de la historia de los antibióticos. Es por ello, que se toma por referencia los primeros años del siglo XX, cuando el bacteriólogo alemán, Paul Ehrlich, descubrió la efectividad de la arsfenamina para el tratamiento contra la sífilis. Este compuesto sintético, denominado “la bala mágica” comenzó a comercializarse en 1910.

Sin embargo, este descubrimiento no pudo alentar a futuras investigaciones bioquímicas, ya que en 1914 estalló de Primera Guerra Mundial y el interés de la medicina se centró en tratar las emergencias. Sin embargo, al acabar el conflicto bélico, la investigación se reactivó y surgieron importantes novedades en el terreno de los protozoodicidas, como la atebrina para el tratamiento del paludismo, o de la triparsamida para el combate de la enfermedad del sueño.

Más de una década después, en 1936, los diarios circulaban una noticia impactante: Franklin Delano Roosevelt estaba muy enfermo, producto de una infección. En su auxilio salió el patólogo y bacteriólogo alemán, Gerhard Domagk, quien presentó un medicamento capaz de matar microorganismos dentro de la corriente sanguínea: el prontosyl, la primera sulfamina. De esta manera se salvó Roosevelt gracias a otro avance en la historia de los antibióticos.

En ese momento se pensaba que el siglo XX sería conocido como el siglo de las sulfaminas. Pero, realmente se ignoraba lo que estaba aconteciendo en un humilde hospital llamado St. Mary de Londres. Allí, Alexander Fleming trabajaba duro en la multiplicación de diversas variedades de gérmenes causante de infecciones supuradas. Fue así como en el curso de su investigación, una fortuita observación, analizada con espíritu crítico y enorme base científica, produjo el inicio de un proceso que culminó con la obtención de la penicilina.

No obstante este notable avance, el desarrollo y la adopción del nuevo medicamento no fueron rápido. Al contrario, en los primeros años, Fleming no obtuvo eco en los ambientes médicos. Además, la existencia del Atoxyl, Salvarsán y Prontosyl, entre otras sustancias, hacía pensar que la búsqueda para tratar las infecciones había culminado con éxito. Nadie prestaba atención al nuevo descubrimiento.

Años más tarde, el descubrimiento de una sustancia llamada tirotricina, considerada antibiótico, centró la atención nuevamente hacia la penicilina. De allí en adelante los avances no se detuvieron, hasta lograr los antibióticos que conocemos hoy, especializados para cada tipo de infección.

Fuente: FAO